sábado

No estabas en mi umbral

No estabas en mi umbral
ni yo salí a buscarte
para colmar los huecos que fragua la nostalgia
y que presagian niños o animales
hechos con la sustancia de la frustración.
Viniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante
sobre un foso de lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero.
Venías condensándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al revés,
como anticipaciones de tu eléctrica envoltura -el erizo de niebla,
el globo de lustrosos villanos encendidos,
la piedra imán que absorbe su fatal alimento,
la ráfaga emplumada que gira
y se detiene alrededor de un ascua en torno de un temblor-.
Y ya habías aparecido en este mundo,
intacta en tu negrura inmaculada
desde la cara hasta la cola,
más prodigiosa aún que el gato de Cheshire,
con tu porción de vida
como una perla roja brillando entre los dientes.


Olga Orozco, Argentina, 1920-1999

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